lunes, 11 de julio de 2011

SACRIFICIO DE FIDELIDAD DE ABRAHAM. SECCIÓN VII

Continuación de la sección VI.
A trabes del largo recorrido que efectuaban padre y el hijo, se rompe el largo silencio, y no es Dios el que lo rompe, sino Isaac. Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? (Gén. 22:7).


Esta pregunta cariñosa debe haber atravesado el corazón de Abrahán. Isaac era un joven bien educado de una culta familia semita, esta forma de habar implicaba un deseo de conocer, en aquella época los hijos bien educados y temerosos de Dios no formulaban tales preguntas en la presencia de su padre sin recibir permiso para hacerlo.

Abraham le dio su permiso cuan le respondió: "Heme aquí, mi hijo". En esta pregunta directa solo expresaba una extrañeza y una inocencia manada de una fe genuina, sin malicia. No hay nada que nos haga sospechar de que Isaac sabia algo y que el iba a ocupar el lugar del cordero.

Los escritores bíblicos rara vez hacen comentarios o aclaran algún aspecto teológico de lo que escriben. Pocas veces nos dan información o hacen algún com
entario con el tema que están tratando. (foto. Con tierno amor Abraham abraza a su hijo, el dolor del siervo de Dios es muy fuerte).

Lo que esta tratando el autor bíblico "es hacernos pensar, y la mejor manera es hablando indirecta o implícitamente" . Pero la pregunta queda en el aire: ¿Como reaccionaría yo, si estuviera en las sandalias de Abraham o como respondería yo ante la petición de Dios? ¿Que aria usted? ¿Cual seria su respuesta ante Dios?

Cierto es que añade una lección espiritual más elevada: el ejemplo de la fe de Abraham, que halla aquí su punto culminante. Isaac le señala la falta de una ofrenda. La respuesta de Abraham no se hace espera, con tierno amor le respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. Abraham va a experimentar lo que Dios sufrió. (foto. Seguramente un camino similar ha este recorrió Abrahán hasta el monte Moria).

Por unos instantes cerramos nuestros ojos, y de descorramos el velo del tiempo, estamos en el año 33 D,C. Getsemani y esta es la escena que vemos. Apartándose, Jesús volvió a su lugar de retiro y cayó postrado, vencido por el horror de una gran obscuridad.


La humanidad del hijo de Dios temblaba en esa hora penosa. Oraba (no rezaba) ahora no por sus discípulos, para que su fe no faltase, sino por su propia alma tentada y agonizante. Había llegado el momento pavoroso, el momento que había de decidir el destino del mundo. La suerte de la humanidad pendía de un hilo. Cristo podía aun ahora negarse a beber de la copa destinada al hombre culpable.

Todavía no era demasiado tarde. Podía enjugar el sangriento sudor de su frente y dejar que el hombre pereciese en su
iniquidad. Podía decir: Reciba el transgresor la penalidad de su pecado, y yo volveré a mi Padre. ¿Beberá el Hijo de Dios la amarga copa de la humillación y la agonía? ¡Sufrirá el inocente las consecuencias de la maldición del pecado, para salvar a los culpables? (foto. Cristo y su última noche)

La palabras caen temblorosamente de los pálidos labios de Jesús: "Padre mío, si no puede este vaso pasar de mí sin que yo lo beba, hágase tu voluntad." Tres veces repitió esta oración.
El calvario: Al llegar al lugar de la ejecución, los presos fueron atados a los instrumentos de tortura. Los dos ladrones se debatieron en las manos de aquellos que los ponían sobre la cruz; pero Jesús no ofreció resistencia. . .


Muchos de los que estaban presenciando tal horror, se preguntaban: ¿Dejaría que se le crucificase Aquel que había dado vida a los muertos? ¿Se sometería el Hijo de Dios a esta muerte cruel? La multitud vió sus manos extendidas sobre la cruz; se trajeron el martillo y los clavos, y mientras éstos se hundían a través de la tierna carne, los afligidos discípulos apartaron de la cruel escena el cuerpo desfalleciente de la madre de Jesús. (foto. Cruel fue la escena, traspasaron las manos de Cristo por nosotros).

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